martes, 14 de octubre de 2014

QUÉ RUINA DE LECCIÓN

Una de mis profesoras cuenta una anécdota: Llevo poco tiempo conociendo a Laura y a otros alumnos, y tengo mi cabeza repletita de datos nuevos. Así que un día, cuando creía que tenía controladas las direcciones (¡al menos eso!), me presenté en casa de Laura.

Llamé al telefonillo y no obtuve respuesta. Me extrañó, pero no me rendí. Repetí el timbrazo. Al seguir sin respuesta, llamé por teléfono. La madre de Laura no estaba en casa, pero sí su abuela, y quizá no me habían oído. Me pidió que volviese a llamar, que ella ya las avisaba por teléfono.

Entre tanto, un vecino (al que ya había visto otro día) abrió la puerta del portal y me invitó a entrar. Subí hasta el 4º y llamé al timbre de la puerta. No obtuve respuesta. Estaba bastante extrañada. Insistí. Nada. Tampoco se escuchaba nada al otro lado de la puerta. Pensé que quizá me había equivocado de portal (a pesar de que el vecino era el mismo que el del otro día), de modo que decidí bajar a comprobarlo. Mientras el ascensor bajaba, escuché el sonido de una puerta que se abría y la voz de una mujer que decía (o eso me pareció entender): ¡Pues aquí no hay nadie! Por supuesto, pensé que se trataba de la abuela de Laura, de modo que en cuanto el ascensor llegó a la planta baja, le di de nuevo al botón del 4º y subí. ¡Casi me daban ganas de mover los brazos a modo de alas para que fuese más rápido!

Llegué arriba y me encontré la puerta cerrada. Normal: al ver que yo no estaba allí, la había cerrado. Llamé. Nada. Insistí. Nada. Después de todo, quizá no era la abuela de Laura la que había hablado, sino una vecina, y yo no había entendido bien lo que decía. Bajé de nuevo con la intención, esta vez sí, y oyese lo que oyese, de comprobar que se trataba del portal adecuado.

Al llegar abajo, me llamó la madre de Laura para preguntar si me habían abierto. Le dije que no. Como no quería que se me cerrase la puerta, hice contorsionismo para mantener el pie sujetándola mientras me estiraba para ver el número de la fachada: Era correcto. Entré de nuevo, dispuesta a volver a subir.

Cuando me dirigía hacia el ascensor, me pareció escuchar como si alguien me llamase desde una ventana, así que salí corriendo de nuevo hacia la puerta del portal. Nuevos contorsionismos para ver quién acababa de gritar mi nombre: nada. A estas alturas no tuve más remedio que acordarme de la película: ¡Qué ruina de función! (la recomiendo).



Vuelvo al ascensor y subo. Llamo al timbre. Nada. Cada vez estoy más extrañada. Llamo a Laura al móvil y me pide que suba y llame al timbre de arriba. ¡Pero si estoy aquí mismo, al otro lado! Oigo cómo manda a su abuela que abra arriba y cuelga. Yo espero, aunque me extraña no escuchar la voz de Laura también a través de la puerta. Nada. ¿Vivirá la abuela de Laura en el mismo edificio y han olvidado que no me han dicho que Laura está con ella? Laura me manda un whatsapp diciéndome que me abren y no me ven. ¡Estoy ojiplática perdida! Le contesto que estoy subiendo y bajando al 4º y no me abre nadie ¿seguro que es la letra? (la situación de la puerta me suena, así que no puedo haberme equivocado de letra). Bajo otra vez para ver si la abuela oye mejor el telefonillo que el timbre de la puerta, o para ver si vuelve alguien a llamarme desde la ventana. Cuando el ascensor ya está en marcha, escucho de nuevo una puerta que se abre y una voz de mujer repitiendo: ¡Pero si no hay nadie! ¡Ay, Dios, tengo que subir a toda velocidad antes de que vuelva a cerrar!, ¡vamoooos, corre, ascensor!

Llego al 4º. Puerta cerrada. De ahí ya no me muevo. Mientras espero respuesta de Laura al whatsapp, recibo uno de su madre preguntándome; qué va, aún no he entrado; a lo mejor me están abriendo mientras yo bajo, por eso he decidido no moverme ya de allí. Llamo al fijo; ése sí que no puede estar en casa de la abuela. Si no me responden, será que están en otra casa. ¡Responden! Y, lo peor: yo no he oído el tono de la llamada a través de la puerta. ¿Es una cámara oculta? ¿un fenómeno misterioso y alienígena? ¿universos paralelos? ¡Ya no sé qué pensar! Y no quiero moverme de allí porque sé que, en cuanto baje de nuevo, escucharé, desde el ascensor, cómo la abuela de Laura abre la puerta y exclama su sorpresa por no ver a nadie. Recibo un whatsapp de Laura ¡¡¡Pero si mi piso es el 1º!!! ¡Por Dios bendito! ¡Pero si he leído la dirección por lo menos 4 veces para comprobar que no me equivocaba! Pero, claro, mis ojos sólo se dirigían al nº de portal y a la letra de la puerta ¡jamás al piso! Ay, cerebrito, qué concentrado estás cuando mejor vendría la dispersión. 

Un gag digno de cualquier película de los hermanos Marx o de Howard Hawks (a buscar quiénes son, es mi vendetta).