Una de mis profesoras cuenta una anécdota: Llevo poco tiempo conociendo a Laura y a otros alumnos, y tengo mi cabeza repletita de datos nuevos. Así que un día, cuando creía que tenía controladas las direcciones (¡al menos eso!), me presenté en casa de Laura.
Llamé al telefonillo y no obtuve respuesta. Me extrañó, pero no me rendí. Repetí el timbrazo. Al seguir sin respuesta, llamé por teléfono. La madre de Laura no estaba en casa, pero sí su abuela, y quizá no me habían oído. Me pidió que volviese a llamar, que ella ya las avisaba por teléfono.
Entre tanto, un vecino (al que ya había visto otro día) abrió la puerta del portal y me invitó a entrar. Subí hasta el 4º y llamé al timbre de la puerta. No obtuve respuesta. Estaba bastante extrañada. Insistí. Nada. Tampoco se escuchaba nada al otro lado de la puerta. Pensé que quizá me había equivocado de portal (a pesar de que el vecino era el mismo que el del otro día), de modo que decidí bajar a comprobarlo. Mientras el ascensor bajaba, escuché el sonido de una puerta que se abría y la voz de una mujer que decía (o eso me pareció entender): ¡Pues aquí no hay nadie! Por supuesto, pensé que se trataba de la abuela de Laura, de modo que en cuanto el ascensor llegó a la planta baja, le di de nuevo al botón del 4º y subí. ¡Casi me daban ganas de mover los brazos a modo de alas para que fuese más rápido!
Llegué arriba y me encontré la puerta cerrada. Normal: al ver que yo no estaba allí, la había cerrado. Llamé. Nada. Insistí. Nada. Después de todo, quizá no era la abuela de Laura la que había hablado, sino una vecina, y yo no había entendido bien lo que decía. Bajé de nuevo con la intención, esta vez sí, y oyese lo que oyese, de comprobar que se trataba del portal adecuado.
Al llegar abajo, me llamó la madre de Laura para preguntar si me habían abierto. Le dije que no. Como no quería que se me cerrase la puerta, hice contorsionismo para mantener el pie sujetándola mientras me estiraba para ver el número de la fachada: Era correcto. Entré de nuevo, dispuesta a volver a subir.
Cuando me dirigía hacia el ascensor, me pareció escuchar como si alguien me llamase desde una ventana, así que salí corriendo de nuevo hacia la puerta del portal. Nuevos contorsionismos para ver quién acababa de gritar mi nombre: nada. A estas alturas no tuve más remedio que acordarme de la película: ¡Qué ruina de función! (la recomiendo).


Un gag digno de cualquier película de los hermanos Marx o de Howard Hawks (a buscar quiénes son, es mi vendetta).